martes, 30 de octubre de 2012



Sobre el Gran Sadini
“Un buen vino es como una buena película: dura un instante y te deja en la boca un sabor a gloria; es nuevo en cada sorbo y, como ocurre con las películas, nace y renace en cada saboreador”.

Federico Fellini
Por: Raúl González H.

El nuevo largometraje de Gonzalo Mejía es una obra entrañable; toca la raíz de nuestro ser. El director logra como un mago despertar esos hilos invisibles de recuerdos olvidados y hasta inconscientes; hace aflorar las evocaciones sepultadas, despertándolas como vivos encuentros con la realidad. 

La película es una metáfora profunda de la libertad y a su vez de la derrota o fracaso en ese periodo de nuestra vida que llamamos juventud. En esa etapa, el ser humano que se forma siente una profunda sed de libertad; siente molestias en su piel con las normas tanto familiares, como sociales, académicas y religiosas. Pero estando en una etapa de formación, donde se avivan sus neuronas que le impulsan a vivir nuevas experiencias personales, quiere conocer y participar en el mundo con sus propios conocimientos, y por ello el protagonista de la película, el encarnado en Gran Sadini, sería la metáfora de nosotros mismos, nuestro espejo. Por enseñanza de su tío y por su propia experiencia, el personaje principal entra al mundo de la hipnosis. Se inicia en un goce nuevo y distinto a los de sus amigos y a su vez en una aventura propia en la vida que lo emociona y se siente admirado por los que lo rodean. El personaje principal encuentra un camino inexplorado e inesperado.

La libertad está expresada como concepto máximo en el viaje. Viajar es abrir las fronteras de lo insondable. El azar entra a mediar en la relación del mundo con lo abierto, con la sorpresa. Del encierro y rigidez se pasa a la libertad; es la ley, es el goce y el conocimiento mismo de las leyes que rigen el mundo; el dinero y el sexo hacen parte de él. El protagonista entra en un mundo invisible hasta ese entonces desconocido. Está sonriente y las imágenes parecen atrapadas  en su interior. El viajar produce trasformaciones interiores y exteriores en cualquier ser humano. Conoce al “otro” y ellos le conocen. Y al final, el protagonista llega al mar, máxima aspiración de su meta libertaria. Se siente pleno.

En el trascurso del viaje el personaje se detiene y aparecen los rostros de ese mundo hasta entonces desconocidos, intercambia palabras, mira y  conoce. Ese mundo de habla autóctona  es retratado por el director con un tono poético. Los personajes viven su roles comunes y simples. Los une el baile, y fiel a esa tradición vemos ante la pantalla bellas imágenes del mapalé. El habla resuena en nuestros oídos.

Pero la vida no es un sueño. La vida es real y eso nos lo muestra Gonzalo en su película. El azar puede convertirse en fracaso, y la libertad en una gran frustración. El protagonista cae en las redes de su antiguo mundo. La represión, con toda su crueldad, le asienta el golpe. Posiblemente esto lo madurará o, por el contrario, hará de él un monstruo. Eso no lo sabemos. Sufrimos con el protagonista, hemos perdido la batalla, pero nos queda la nueva experiencia de vida, que nadie nos podrá arrebatar. Son esos hilos invisibles que conforman nuestra estructura y que nadie percibe, hilos que afloran cuando uno menos piensa; esa carga interna y entrelazada que sale a flote en todo proceso creativo.

Al ver El gran Sadini, me aparté de los conceptos teóricos cinematográficos y solo dejé al aire mis impulsos sensoriales, que las imágenes penetraran en mí y que ellas me emocionaran y me robaran el alma con su aire poético. Que me liberaran de viejos y olvidados recuerdos y, sobretodo, me renovaran.

La película es un canto profundo a la vida. A los triunfos y fracasos. El Gran Sadini es un nuevo logro artístico cinematográfico.