Sobre
el Gran Sadini
“Un buen vino es como
una buena película: dura un instante y te deja en la boca un sabor a gloria; es
nuevo en cada sorbo y, como ocurre con las películas, nace y renace en cada
saboreador”.
Federico
Fellini
Por: Raúl González H.
El nuevo largometraje de Gonzalo Mejía es una obra
entrañable; toca la raíz de nuestro ser. El director logra como un mago
despertar esos hilos invisibles de recuerdos olvidados y hasta inconscientes;
hace aflorar las evocaciones sepultadas, despertándolas como vivos encuentros
con la realidad.
La película es una metáfora profunda de la libertad y a
su vez de la derrota o fracaso en ese periodo de nuestra vida que llamamos
juventud. En esa etapa, el ser humano que se forma siente una profunda sed de
libertad; siente molestias en su piel con las normas tanto familiares, como sociales,
académicas y religiosas. Pero estando en una etapa de formación, donde se
avivan sus neuronas que le impulsan a vivir nuevas experiencias personales,
quiere conocer y participar en el mundo con sus propios conocimientos, y por
ello el protagonista de la película, el encarnado en Gran Sadini, sería la
metáfora de nosotros mismos, nuestro espejo. Por enseñanza de su tío y por su
propia experiencia, el personaje principal entra al mundo de la hipnosis. Se
inicia en un goce nuevo y distinto a los de sus amigos y a su vez en una
aventura propia en la vida que lo emociona y se siente admirado por los que lo
rodean. El personaje principal encuentra un camino inexplorado e inesperado.
La libertad está expresada como concepto máximo en el
viaje. Viajar es abrir las fronteras de lo insondable. El azar entra a mediar en
la relación del mundo con lo abierto, con la sorpresa. Del encierro y rigidez
se pasa a la libertad; es la ley, es el goce y el conocimiento mismo de las
leyes que rigen el mundo; el dinero y el sexo hacen parte de él. El
protagonista entra en un mundo invisible hasta ese entonces desconocido. Está
sonriente y las imágenes parecen atrapadas
en su interior. El viajar produce trasformaciones interiores y
exteriores en cualquier ser humano. Conoce al “otro” y ellos le conocen. Y al
final, el protagonista llega al mar, máxima aspiración de su meta libertaria.
Se siente pleno.
En el trascurso del viaje el personaje se detiene y aparecen
los rostros de ese mundo hasta entonces desconocidos, intercambia palabras,
mira y conoce. Ese mundo de habla
autóctona es retratado por el director
con un tono poético. Los personajes viven su roles comunes y simples. Los une
el baile, y fiel a esa tradición vemos ante la pantalla bellas imágenes del
mapalé. El habla resuena en nuestros oídos.
Pero la vida no es un sueño. La vida es real y eso nos lo
muestra Gonzalo en su película. El azar puede convertirse en fracaso, y la
libertad en una gran frustración. El protagonista cae en las redes de su
antiguo mundo. La represión, con toda su crueldad, le asienta el golpe.
Posiblemente esto lo madurará o, por el contrario, hará de él un monstruo. Eso
no lo sabemos. Sufrimos con el protagonista, hemos perdido la batalla, pero nos
queda la nueva experiencia de vida, que nadie nos podrá arrebatar. Son esos
hilos invisibles que conforman nuestra estructura y que nadie percibe, hilos
que afloran cuando uno menos piensa; esa carga interna y entrelazada que sale a
flote en todo proceso creativo.
Al ver El gran
Sadini, me aparté de los conceptos teóricos cinematográficos y solo dejé al
aire mis impulsos sensoriales, que las imágenes penetraran en mí y que ellas me
emocionaran y me robaran el alma con su aire poético. Que me liberaran de
viejos y olvidados recuerdos y, sobretodo, me renovaran.
La película es un canto profundo a la vida. A los
triunfos y fracasos. El Gran Sadini
es un nuevo logro artístico cinematográfico.
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