A mitad de los años 60s, estudiabamos en el Instituto San Carlos de los Hermanos Cristianos. El colegio quedaba a una cuadra de la Facultad de Medicina y Siquiatría de la Universidad de Antioquia.
Era común ver en los actos públicos del colegio, actos de hipnosis realizados por los estudiantes de medicina-siquiatría, que hacían sus pruebas con nosotros los alumnos.
En algunos descansos corría con mis amigos donde mi hermano Eugenio, para que le dijera a Jaramillo que hipnotizara a Zuleta. Lo buscábamos por entre los estudiantes que jugaban, corrían o conversaban en el patío central hasta que al escuchar la voz y el gesto de la mano de Jaramillo, Zuleta caía hipnotizado. Reía, corría y lloraba, hasta que la campana del colegio cortaba el espectáculo. Regresábamos a clase en medio de las risas.
Por esa época, mi padre nos pegó una pela memorable. Recuerdo que yo me juré no estar dispuesto a soportar una pela más y le propuse a mi hermano, que huyéramos hacia el mar. Al sábado siguiente, luego de recibir nuestro pago familiar, le recordé el plan de fuga y me miro secamente y sin dejar de caminar me dijo: no!
Esa tarde mi vida se derrumbó.
Cuando escuche al padre Luis Alberto hablar de las situaciones familiares y motivaciones de su primo, que habían alimentado el desarrollo de la historia de El Gran Sadini, descubrí el “Caballo de Troya” que era esa historia para mí.
Unos años después viajé muchas veces al mar. Puedo decir que soy un “salvado de las aguas”, y “salvado de la vida”.
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